Integridad profesional

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En estos tiempos en que los casos de corrupción son públicos y notorios, y cuando parece que lo que está mal es que los pillen, viene a colación la honestidad, de la que traté hace un tiempo. Pero más que honestos tenemos que ser íntegros.

Las empresas y profesionales están muy preocupados ante la falta de integridad y tienen la necesidad de establecer códigos de conducta basados en la ética. Estos códigos son, sólo, recomendaciones que se asumen como buenos pero no se implementan realmente.

Estamos enfocados en resultados sin considerar como se llega a esos resultados, queda poco claro lo que está bien y lo que está mal. Se ha implantado el lema de “el fin justifica los medios”, sin importar los daños colaterales que puedan producirse.

Integridad es actuar con rectitud, honestidad, franqueza y justicia, es decir, ser consecuente con los principios personales y morales. Es hacer las cosas bien y, además, las cosas correctas, buscando siempre la mejora continua, tanto propia como de los demás.

La integridad también se manifiesta en la lealtad. Lealtad incluso con quien no se lo merece, pues construye la confianza de los demás. Cuando uno defiende o no acusa, aunque pudiera hacerlo, es una persona íntegra, leal, que construye la confianza de los demás.

Ser una persona íntegra produce beneficios en la gestión profesional y concretamente en la toma de decisiones apostando por la conciliación del bien propio y del bien común. Sólo el profesional íntegro tiene una visión global de la situación y gestiona con prudencia. Elige el camino correcto, aunque no sea una decisión deslumbrante.

Esta visión amplia, propia de la persona íntegra, es la única que ofrece garantía de acciones realistas, con el fin de conseguir el bien común por encima del personal.

La integridad da valor a la comunicación creando seguridad manifiesta en una buena reputación basada en la rectitud, transparencia y honestidad en sus acciones.

Es importante cuidar el resultado pero también la forma de lograr los objetivos. La integridad debe ser una constante en toda actividad profesional.

La falta de integridad puede derivar en pérdida de la confianza y en corrupción. Muchas veces se justifica con “todo el mundo lo hace”. A largo plazo, la desconfianza es lo peor que puede sufrir un profesional y restablecer esa confianza es muy difícil. La falta de integridad te lleva a la cima en el corto plazo, pero a largo plazo puede incluso eliminarte profesionalmente. Un profesional vale por lo que hace día a día y la transparencia y la confianza son causa y efecto de una conducta coherente.

Un gestor con integridad sabe quién es y lo que es importante, y sabe que integridad es confianza, su postura es sin ambigüedades, es ejemplo. La confianza implica responsabilidad, ser predecible, persistencia en el logro de metas, autenticidad.

Un profesional íntegro dice “SI” a la verdad, aunque le cueste su posición. Es un excelente trabajador, con relación cordial, diligente y con buena actitud.

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