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Las empresas ya trabajan con antropólogos que les ayuden a gestionar su comprensión de la mini sociedad que supone una empresa, pero también la relación con el resto del mundo para comprender las diversas realidades y culturas en las que la empresa debe enmarcar su actividad.
Toda corporación es una comunidad y necesita construir y afianzar una identidad. Sólo a partir de ahí crea una visión de futuro, construye realidad y genera valor.
La coherencia, percepción y conceptualización de la gestión profesional, su juicio y razonamiento serán el sentido del negocio; ya que se encuentra con la realidad del entorno y en ésta, deberá construir la propia realidad, su esencia. Sólo el alineamiento estratégico y una cultura sólida y veraz permitirán que el afianzamiento del talento aprovechando oportunidades.
La gestión tradicional se interesa fundamentalmente en las misiones, las tareas y las técnicas. La antropología empresarial integra lo anterior a una cosmovisión y a la gestión de tipologías culturales y mentalidades como requisito clave. Teniendo como diferenciación la comprensión y gestión de los capitales intangibles que hacen a la empresa.
Un gestor tiene que no obstaculizar la motivación de los colaboradores, mejorar la colaboración en la empresa, enseñando a valorar las consecuencias de las acciones de unos en el grupo. Y, por último, pero no menos importante, es dar ejemplo.
Con lo dicho, se manifiesta el valor por antonomasia en toda convivencia/colaboración: la verdad. Aristóteles llama verdad práctica a «la conformidad del intelecto con la buena voluntad»; implica tanto la bondad del fin como la bondad de los medios. Antonio Machado, dijo que «la verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés». Es decir, que las cosas son como son y no como alguien quisiera que fueran.
La constante fidelidad a esta verdad produce la veracidad, asimilada a la sinceridad y la lealtad. Estas virtudes son indispensables para el buen funcionamiento de la gestión profesional; de la misma forma que se opone, hasta el extremo de la destrucción de la gestión profesional, la mentira con sus consecuencias, la falsedad y la simulación.
La verdad conduce a la confianza dentro de la empresa, y por la confianza se llega a la excelencia. La mentira corroe y desestabiliza los fundamentos de la empresa. Si los colaboradores ven que el directivo/gestor dice siempre la verdad, explica claramente lo que hace y por qué lo hace, mantiene la palabra dada, cumple el compromiso adquirido, desempeña fiel y eficazmente el cometido profesional, exige el cumplimiento de lo pactado siendo leal con sus colaboradores, sirve la calidad anunciada, sin disimular los defectos, los empleados tendrán confianza en él y actuarán de la misma forma recta en orden al logro de los objetivos empresariales. En cambio, si los colaboradores observan que el directivo/gestor miente o es desleal con ellos, acabarán por sospechar que ellos mismos pueden ser manipulados dentro de la empresa, y perderán todas las motivaciones les mantenían adheridos a la empresa. La verdad exige la coherencia en el comportamiento.
Tom Morris en su libro «Si Aristóteles dirigiera General Motors», comentando la regla «acerquémonos al cliente con la verdad por delante», cuenta una anécdota, con su familia, cuando fue a comer a un restaurante. Después de pedir lo que iban a tomar, la espera se hacía larga. Cuando el camarero pasó, le preguntó si tardaría mucho. Y el camarero dijo: espere un momento. Al cabo de un momento apareció el encargado y se disculpó, diciendo que la orden se había perdido en la cocina y que la comida correría por cuenta de la casa. El acto de decir la verdad y asumir la responsabilidad de las consecuencias hizo que, de ser clientes ocasionales, pasaran a ser clientes asiduos.
En los negocios, es lo mismo, las relaciones rigen el mundo. Una relación basada en la falsedad es como una casa construida sobre arena. Una relación basada en la verdad es como una casa sobre fuertes cimientos. Goethe dijo que todas las leyes y normas se reducen a una: la verdad.
La responsabilidad social de la empresa implica sobre todo el realizar adecuadamente lo que la empresa sabe hacer, mediante la mejora continua y la adaptación de la realidad del mercado. Una empresa nace como servicio a la sociedad: intentar honradamente atender las necesidades reales que está capacitada para satisfacer. La prestación de servicio junto con la generación de valor económico constituye el verdadero fin de la empresa y depende en gran parte de la libertad de los colaboradores para la realización de un trabajo profesional no coaccionado por intereses y poderes que menoscaben las decisiones derivando en la ineficiencia.